sábado, 4 de mayo de 2024

LAS MESAS DEL GUADALEMAR

9-4-2024 LAS MESAS DEL GUADALEMAR. GARBAYUELA.

      Quien no ha visto una dehesa en abril no sabe lo que es una primavera. Las intensas lluvias de marzo han aportado al campo una vitalidad que ya casi habíamos olvidado. Abruma el exuberante tapiz de hierba que arropa el empapado suelo del encinar. En su innumerable diversidad, cada planta, cada arbusto, luce florecillas de caprichosas formas y colores que se combinan sobre el verde lienzo con el arte que solo el virtuoso pincel de una dehesa sabe pintar. 

      Y hablando de diversidad, ya están aquí recién llegados de sus cuarteles africanos la respetable lista de pajarillos migradores que busca refugio y sustento en las dehesas. Ruiseñores, oropéndolas, alcaudones comunes, cucos, tórtolas europeas… exhiben sin recato sus amoríos envolviendo el aire tibio con su variado repertorio de notas musicales. Avecillas del terreno como mirlos y mojinos comienzan a incubar en sus elaborados nidos y otras más tempraneras, como los jilgueros y herrerillos, ya embuchan a la nueva generación, que no tardará en dar sus primeros vuelos. 

     Todavía no ha decantado el Guadalemar los sedimentos que la generosa lluvia arrancó a la tierra y discurre brioso entre la espesa vegetación que se abraza a sus orillas. Un aspecto más aseado muestran los cristalinos arroyos y regatos que bajan cantarines de las fragosas laderas de Las Mesas para vaciarse en sus lodosas aguas. 
     Sin rumbo fijo, no era poco lo que iba espantando a mi paso. Si un lagarto rabón acaparaba momentáneamente mi atención cuando huía despavorido entre mis patas, también despertó mi curiosidad el sigiloso metro de culebra de herradura que se soleaba sobre una lastra. Del espinoso tamujar que envuelve al río no acababa de salir de su encame lo que parecía ser algo de enjundia, a razón del monte que removía en su alocada carrera. Finalmente apareció cortando mi camino un ágil vareto al que le bastaron cuatro saltos para hacerse invisible.
     Medir prudentemente cada paso recomendaba el envolvente herbazal que por momentos se me enroscaba en la cintura. A pesar de los continuos tropiezos y resbalones, no descuidaba lo que se movía en la bóveda de la dehesa, esa infinita atalaya en la que siempre hay alguien acechando. 
                                                                                                                           

 Allí, en las alturas, descubrí casualmente a uno de estos centinelas alados. Pateaba el quebrado curso del arroyo de La Fuente Seca cuando la poderosa silueta de una rapaz proyectaba su temerosa sombra sobre los carrascos. Me faltó tiempo para ponerle nombre y apellidos con la inestimable ayuda de la potente lente de los prismáticos: ¡un águila imperial! Un pajizo, en el argot pajarero, cuando nos referimos a un joven de la especie. Mejor dicho, el pajizo, porque no es la primera vez que le sorprendo escrutando este vasto territorio. Desde hace dos años vengo siguiendo sus andanzas y se ha convertido en el personaje más exótico de la variopinta avifauna local. Desafiante en la copa de un carrasco, sembrando el pánico en la colonia de cigüeñas que anida junto al puente, o rodeado de buitres, a los que acompaña hasta los cercones aledaños al pueblo para rebañar alguna migaja de las carroñadas, su majestuosa estampa no pasa desapercibida. 

     Curiosamente, se vio envuelto en una trifulca que protagonizó la aguerrida pareja de águilas perdiceras del territorio. Nunca faltan cuervos cuando hace acto de presencia una gran rapaz. Es como si las olieran. Pero estos “inteligentes” córvidos también son motivo de hostilidad y rechazo allí donde se hacen presentes. Son los gamberros del barrio y su conflictiva reputación está más que acreditada. En cuanto vieron a la joven imperial comenzaron a hostigarla, pero no contaban con la presencia de las agresivas perdiceras que aparecieron  por sorpresa para limpiar el espacio aéreo. Haciendo un picado desde la otra punta de la comarca, no tuve claro cuál era su objetivo. Probablemente los cuervos, pero las he visto atacar con saña a buitres y águilas reales, así que la joven imperial, con buen criterio, se dio por aludida y en un par de giros se plantó en la “estratosfera” para librase de la amenaza. Los bravucones cuervos soltaban lastre y hacían garabatos en el aire para zafarse del furibundo ataque de sus perseguidoras. Todavía deben estar recuperándose del susto.

 Si es interesante todo lo que corre, repta y vuela en el reino de la encina, no lo es menos el espectacular mosaico de flores que crece a sus pies. Entre el variopinto elenco de plantas abrileñas, destaca por su singularidad y cautivadora belleza las orquídeas.  

Es muy extensa la familia de las orquídeas ibéricas y las hay de formas complejas y colores diversos, todas ellas de gran belleza, aunque yo solo he localizado tres especies en las zonas más propicias de la ribera del Guadalemar y en algunos arroyos que se vierten en sus aguas. En contadas ocasiones he tenido la oportunidad de toparme con estas discretas plantitas en primavera, pero siempre que he tenido la suerte de dar con alguna, llaman inmediatamente mi atención y lleno el morral con una buena carga de fotos. Sin entrar en descripciones técnicas, cabe destacar que estas plantas están entre las especies más numerosas y evolucionadas, llegando a imitar la forma de los insectos que las polinizan, emitiendo, incluso, seductoras fragancias para engañarlos. Por su espectacular inflorescencia, de un intenso color púrpura, quizá las más bonita que encontramos en

 puntos muy localizados de Garbayuela es Orchis papilonacea; entre las que imitan la forma de una abeja Ophrys tenthedrinifera es la más común; algo más abundante en determinadas zonas encharcadas es la Serapia lingua, aunque es igual de llamativa por la peculiar forma de su flor. Tan bellas como efímeras, si se dan las condiciones, apenas nos deleitan con su espectacular floración unas semanas. Reducidas a un tubérculo en la época más desfavorable, no las volveremos a ver hasta la siguiente primavera.
 
Caía la tarde cuando llegué a la quebrada ladera que se yergue sobre el Charco de los Curas, oculto bajo las aguas hasta que el estío lo arranque del río. Contemplando el bellísimo paisaje envuelto en melodías de ruiseñor, recordaba con espanto el pasado mes de abril sin primavera, porque si la hubo, fue en el calendario. No deja de asombrarme la capacidad de regeneración que tiene esta tierra, de su generosidad y de su férrea resistencia a los extremos. Tierra sufrida en calma agradecida, donde hace un año solo había polvo y lamentos, hoy nos regala su abundancia y bulle gozosa de vida.


                                                                                                                  “El Observador"

                                                                                                        (Jesús Manuel García Luengo)

4 comentarios:

  1. Un relato muy ilustrativo, las orquídeas preciosas y el arroyo de la fuente seca, dónde está???

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  2. Gracias por tu comentario, Mari. El arroyo de la Fuente Seca confluye con el Guadalemar enfrente del Cerro del Molino, en el tramo de río donde vierte la depuradora. Cuando llueve intensamente discurre desde Las Mesas con un considerable caudal formando pequeñas pozas y cascadas. Para que te orientes, lo puedes ver en el SIGPAC. Muchas gracias.

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  3. Las fotos muy bonitas. La redacción magistral.
    Poesía en la vivencia.
    Todos vemos lo que cuentas pero aunque sentimos sensaciones no somos capaces de expresarlas de esa manera. Sigue deleitándonos con esos escritos para disfrutar de ellos y ayudar a enterarnos de lo que tenemos tan cerquita.
    Mi más sincera y admirada felicitación.

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  4. Muchas gracias por tu comentario, Rodri. Es de agradecer que la fiel descripción de nuestro entorno natural despierte interés y sensaciones tan positivas. Seguiremos publicando y mostrando nuestros extraordinarios valores naturales. Gracias.

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