miércoles, 28 de junio de 2023

Cigüeñas negras en el Guadalemar.

 Presentamos una nueva vivencia, por estos parajes de Garbayuela,  de nuestro colaborador Jesús García Luengo. A pesar del tiempo transcurrido, esa viencia vuelve a ocurrir año tras año. Agosto es así y este año no va a ser distinto.


27-8-2012 CHARCO DE LOS CURAS. RÍO GUADALEMAR


     Contando los días que restan para pasar una hoja más al calendario, no echaremos de menos ni uno solo del espantoso mes de agosto, que nos deja sin ninguna prisa y temperaturas extremas.

     El día anterior me di una vuelta por lo poco que queda de río, a la altura del puente de las Palomillas. En estas fechas ya se pueden ver los primeros pájaros migradores, que andan afanados de allá para acá atiborrándose de insectos y frutillas, alimentos esenciales que transforman en la energía necesaria para afrontar el largo viaje migratorio. Los papamoscas cerrojillos no pasan desapercibidos por su número e insistente reclamo. También se pueden ver mosquiteros, currucas tomilleras y zarceras alimentándose de los abundantes higos y uvas que maduran estos días. A media mañana, obligado por el solazo que calentaba sin piedad, me disponía a entrar en el vehículo con el pensamiento puesto en el acogedor ambiente de casa, cuando una terna de cigüeñas negras acapararon inevitablemente toda mi atención.

     Finalizada la reproducción, las cigüeñas negras tienen por costumbre formar bandos integrados por  grupos familiares que se reúnen en lo poco que queda de Guadalemar y Siruela, así como en las colas del próximo pantano de La Serena. Formados por adultos y jóvenes, en los últimos años he tenido la oportunidad de observar estas llamativas bandadas sobrevolando el curso del río para dirigirse a los habituales puntos de alimentación o a los dormideros donde pasan la noche. Hasta trece cigüeñas llegué a contar en un grupo la temporada pasada entrando a uno de estos dormideros, que varió en número en las otras dos ocasiones que volví a observarlo. Más o menos numerosos, estos bandos permanecen en el territorio desde finales de julio hasta septiembre, cuando da comienzo la migración.

     Contemplando la majestuosa imagen de las tres cigüeñas negras elevándose de los últimos charcos que agosto no se ha bebido, a medida que se transformaban en un punto apenas distinguible en el cielo, lamentaba no haber podido fotografiar a estas bellas zancudas en las innumerables ocasiones que se ha presentado la oportunidad. No obstante, me iba emocionando por momentos cuando me dirigía a casa “mascando” la idea que hacía tiempo que me rondaba.

 

Cigüeña negra ( Foto: Jesús García Luengo)

     Si quería fotografiar a la cigüeña enlutada, no podía desperdiciar la ocasión. Agrupadas y conociendo sus zonas de querencia, el momento era el más propicio y las condiciones eran inmejorables, así que decidí montar un aguardo sin demora. A las siete y media ya me encontraba apostado en la quebrada ladera del margen izquierdo, con buena visibilidad a uno y otro lado del río, frente al llamado por el paisanaje Charco de los Curas. Bueno…, antes tuve que dar las correspondientes novedades a un veterano ganadero que apareció en la oscuridad por sorpresa mientras bajaba los trastos del coche. Después de ponernos al día en intenciones y parentescos, creo que se quedó satisfecho con las pertinentes explicaciones que le di y me apresuré para estar en el puesto antes de que amaneciera.

     Si hay algo que me gusta del insoportable verano son los amaneceres. Los colores y la brisa fresca de la mañana son todo un regalo para los sentidos. No tardé mucho en detectar los primeros movimientos. Llevaba poco más de media hora de espera cuando apareció a lo lejos la silueta de la primera cigüeña. Como intuía, venía de los fragosos montes que tapizan las solanas que rodean al Collado del Burro (Agudo). Aunque la avisté a una distancia considerable y tuve tiempo de sobra para ajustar parámetros, fue en balde, ya que se alejó del cauce por alguna razón y pasó de largo. Me extrañó mucho que apareciera sola, cuando en otras ocasiones he visto entrar a este charco un bando entero. Pese su caprichoso cambio de planes, no la perdí de vista mientras se alejaba. Afortunadamente, cuando ya pensaba que se me escapaba la oportunidad, a la altura del puente se cruzó con otra que venía remontando el río y se dio la vuelta. La casualidad quiso que entrambas vinieran derechas hacia mi apostadero, donde las estaba esperando con la cámara preparada para descargar una generosa andanada de fotos. Sorprendidas por mi presencia, todavía tuve tiempo de disparar otra ráfaga antes de que se alejaran río abajo después de sobrevolar el cenagoso charco.


Cigüeña negra (Foto: Jesús García Luengo)

     Si bien las condiciones de luz eran mejorables, ni hecho por encargo el plan hubiera salido mejor. Tal como lo había previsto, en poco más de media hora había terminado la faena, aunque decidí continuar en el puesto un rato más disfrutando de las bellas vistas y el fresco mañanero. 

     Mientras esperaba el regreso de las protagonistas estuve distraído con la variopinta población de aves que se iba concitando en torno al Guadalemar a medida que se caldeaba el ambiente. Papamoscas cerrojillos, andarríos grandes, abejarucos, un bonito colirrojo real y una charlatana aguililla calzada, es solo una pequeña representación de las interesantes y diversas especies que desfilaron por el lugar a lo largo de la mañana. Incluso volví a ver otra cigüeña sobrevolando rauda el cauce seco para dirigirse a otro charco próximo. La esperé pacientemente hasta mediodía por si decidía cambiar de aires y se ponía a tiro, pero cuando se presentó la oportunidad, un conocido vecino del pueblo se hizo presente hablando a voces con alguien que solo él veía y la cigüeña se fue por donde vino. Aunque su presencia no podía ser más inoportuna, no le di mayor importancia. Incluso resultó bastante cómico escuchar la zaragata que traía mientras descendía al río desde un toril cercano.

     Con la tarea hecha y el sol en todo lo alto calcinando el ambiente, había llegado la hora de aparejar y colgarse el morral, que pesaba lo suyo. Una buena carga de fotos en la tarjeta, un puñado de gratas emociones y un indescifrable monólogo interpretado por nuestro peculiar vecino, es lo que dio de sí la entretenida mañana de agosto tardío. Traspuesta la escarpada ladera, no por dejar de ver al personaje dejé de oírlo, que allí seguía porfiando con sus misterios.


“El observador