Continuamos con la publicación de estos relatos, de El Observador, sobre el entorno natural de Garbayuela. Son las vivencias que su autor, a lo largo de estos años pasados, ha ido plasmando en papel y que ahora la Asociación FUENTELAMORA, va sacando a la luz, con estas entregas.
24-5-2019 RÍO
GUADALEMAR. GARBAYUELA.
Si tuviera que
definir de alguna forma la importancia de un río como el Guadalemar, diría que
en su humildad está su grandeza. Sólo hay que recorrer cualquiera de sus tramos
y contemplar el despliegue de vida que gira en torno a él para hacerse una idea
su extraordinario valor. Río de extremos, condenado sin remedio a forzosos y
radicales cambios estacionales, no es poco lo que le he dedicado en tiempo y
letras a lo largo de los años. Unas veces ruidoso y otras veces tan mudo y
polvoriento que cuesta reconocerlo, siempre tuvo algo que contarme; nunca dejé
de escribirle.
Como se
barruntaba, la deslucida primavera venía pertrechada de todos los
ingredientes para agostar los campos a
poco que asomara el abrasador sol estival, aunque todavía falta un mes para el
cambio oficial de estación. Sometidas a los efectos de la inexorable subida de
temperaturas y aventadas por un espantoso airazo solano, la imagen de las
dehesas no puede ser más desoladora. Al menos las austeras retamas se visten
estos días de gala, maquillando con su espectacular floración el crudo paisaje
impuesto por una climatología implacable que nunca entendió de formalidades.
Decepcionantes
han sido los largos ratos de observación que he dedicado a mis admirados seres
alados en sus habituales áreas de querencia. Al menos ésa ha sido mi impresión
después de pasar revista a las especies más emblemáticas que se reproducen a
orillas del Guadalemar.
En la ladera de
las culebreras se respiraba una siniestra sensación de vacío y soledad,
agudizada por el deslucido y áspero secarral de un mayo irreconocible. En las
dos horas que estuve haciendo guardia, ni la caprichosa culebrera visitó el
nido, ni la cigüeña negra tampoco. Que las culebreras no ocupen la diminuta
plataforma esta temporada, no me sorprendió, conociendo sus misteriosos
hábitos, pero que las cigüeñas negras no estén criando donde lo han venido
haciendo los últimos cuatro años, tiene su enjundia. Cabe la posibilidad de que
esta veterana pareja haya decidido mudarse, habida cuenta de la baja tasa
reproductiva y los fracasos cosechados en este nido. Entre luces y sombras, la
destartalada carga de leña daba la impresión de estar medio volcada.
Tampoco ha
habido suerte con la pareja de águilas perdiceras que anidan en el frondoso
valle. Aunque tenía noticias de su presencia en el territorio, finalmente no ha
criado en el pinar. Si estas enigmáticas águilas tienen otra alternativa, es un
misterio que está por descubrir.
Por su
querencioso comportamiento, parece que los milanos negros sí están criando de
nuevo este año, así como la conocida pareja de águilas calzadas. Entrambas
especies comparten territorio, aunque procuran guardar las distancias y
respetan la linde entre los nidos, separados por poco más de cien metros. No se
alejaron de la zona de cría en el largo
rato mañanero que eché en el puesto de observación junto al puente. Si bien las
calzadas incuban en estas fechas (sólo vi al oscuro macho sobrevolando la
zona), los milanos deben tener los pollos muy adelantados.
Nunca se echa en falta un ciento de buitres congestionando el espacio aéreo de la dehesa allí donde la merina dio sus últimos pasos. Como una disciplinada brigada de limpieza, el servicio de higiene y desinfección que prestan estos infatigables y eficientes buscadores de carroña no está pagado. Entre el numeroso bando de buitres leonados no suele faltar una estimable representación de sus parientes negros, más decididos y ceremoniosos, así como la testimonial presencia de una pareja de alimoches enfundados en su oscuro plumaje inmaduro haciendo labores de escolta. Hasta la cigüeña negra tuvo algún problema para cruzar el interminable rimero de buitres que se desparramaba a lo largo y ancho del río.
Caía la tarde cuando una terna de cigüeñas negras sobrevolaba las remansadas tablas que culebrean entre una impenetrable maraña de tamujos. Protegidas y confiadas entre la espinosa vegetación ribereña, pasan el día pescando en las someras aguas junto a garzas reales y sus parientes blancas hasta que se pone el sol.
No parece
suponer ninguna amenaza para las zancudas la familia de zorros que ha elegido
el tamujar para criar a sus zorretes. La astuta raposa no tardó en ventearme
y rápidamente desapareció de mi vista
ante la sorprendida mirada de los cachorros, que tardaron algo más en
enterarse. Alertados, buscaron igualmente la seguridad del protector matorral,
aunque el más curioso permaneció unos instantes observándome con evidente cara
de asombro, siguiendo poco después el mismo camino al escuchar el chismoso
disparo de la cámara. Si tiene suerte y vive para contarlo, no creo que en
todos sus días vuelva a escuchar un
disparo más inofensivo.
Entre dos luces,
cuando parece que la vida se toma un respiro y se serena, el Guadalemar no
duerme. Los seres de la noche toman el
relevo y comienzan a despertar con todo su despliegue de sonidos. Desde los más
grandes a los más diminutos, todos se buscan en la oscuridad. El Impetuoso coro
de la rana común y la ranita de San Antonio se mezcla con la
bella melodía de un ruiseñor desvelado. El chotacabras se despereza emitiendo
igualmente su particular repertorio canoro y no tarda en sobrevolar enigmático
y silencioso el viejo puente. De hábitos crepusculares, todo es
extravagante y cautivador en este misterioso
pájaro.
La noche se
vistió de embrujo para recibir al poderoso búho real. Encaramado en un poste,
arrogante y amenazador impuso el silencio antes de perderse en la penumbra.
Perfumada de retama
volvió hermosa la sonata,
melodías hilvanadas
en murmullos de agua calma,
Guadalemar río sereno,
remansado ya descansa,
el ruiseñor no tiene sueño,
no se duerme si no canta.
Jesús García Luengo
( Fotos del autor)
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