miércoles, 17 de mayo de 2023

LLUVIA DE LAMENTOS

 

LLUVIA DE LAMENTOS.

16-4-2023 Garbayuela.

Restalla un lamento en los desolados campos y dehesas donde se cuece el pan que los artesanos de la tierra llevan a la mesa. Agricultores y ganaderos, olvidados por las veleidades de un clima sin conciencia y olvidados por quien debería tenerla, miran con desasosiego al cielo y solo reciben su desprecio, cuando nadie como ellos cuida y mima la tierra. Mientras tanto, San Isidro no da abasto estos días para atender a las plegarias de una devota feligresía que lo trasiega en andas por unos secarrales que ni los más viejos han conocido. Aunque algo más que ruegos y plegarias al Santo hacen falta para cambiarle la cara al paisaje asurado por las espantosas temperaturas de un rabioso sol agostizo.

En lo que llevamos de año las dehesas no han visto ni una gota de agua y las dramáticas consecuencias son evidentes. Desorientado, miro con asombro la fecha en la que estamos para convencerme de que es primavera, pero la realidad es bien distinta y tengo la sensación de que le hemos quitado dos hojas al calendario. La estación de la regeneración, de la reproducción, de la generosidad y la sublime belleza, está muy lejos de ser lo que por naturaleza debería y solo veo campos agostados donde quisiera ver un verde y exuberante tapiz teñido de intensos colores. De esa imagen solo queda un nostálgico recuerdo, que se desvanece al instante cuando la quebradiza tierra crepita bajo mis pies y con estupor y tristeza me pregunto, ¿quién me ha robado el mes de abril?

Nunca antes he visto el campo tan áspero y deslucido. La nutritiva hierba de la dehesa que engorda a la merina ni está ni se la espera, y tampoco habrá pasto para alimentar al ganado en los meses más crudos del estío. El alegre sonido de los regatos primaverales que culebrean entre los pies de las centenarias encinas, hace meses que se los tragó la tierra. Solo las pedreras diseminadas en los amplios cercones parecen aguantar los embates de la pertinaz sequía, gracias a las intensas lluvias que un frente otoñal con mucha prisa nos tiró a cubos. Aunque me temo que el agua no durará mucho. Entre la que se bebe el ganado y la que se bebe el sol, si no cae algún chaparrón antes de que se haga presente la terrorífica canícula que gastamos en estas latitudes, no tardarán en cubrirse de polvo.

Ante el cariz que se le está poniendo al clima y su poca formalidad, con cierta sorna y manifiestas razones vengo diciendo que cualquier año vamos a empalmar un verano con otro. Quizás parezca exagerada esta afirmación, pero si hubo invierno, es porque doy fe de que acortaron los días.

Como no puede ser de otra manera, tampoco se libra de los perniciosos efectos del tiempo el estoico Guadalemar, que empuja como puede entre fresnedas y tamujos el poco caudal que le va quedando. Río estacional, como todos los que riegan La Siberia, asumimos con naturalidad que desaparezca inexorablemente después de vaciarse en el “mar” de La Serena. Pero ver a nuestro río agonizar en pleno mes de abril, el de las aguas mil, como dice el refrán, es descorazonador. Me temo que no habrá que esperar mucho para verlo reducido a “cuatro charcos” antes de que lleguen los calores, y está por ver si el irreductible charco de Los Curas, como el de La Lana y el del Ahogado no sucumben al espantoso verano que se barrunta.

Con admiración contemplo a una cigüeña negra sobrevolando el río, indecisa, tan desorientada como todo lo que corre, repta y vuela. Hechizado con la inconfundible estampa de nuestra joya alada más emblemática, en su oscuro plumaje quisiera ver esperanza, aunque en la realidad solo vea la bella imagen de la última cigüeña del Guadalemar desapareciendo tras un oscuro velo de encinas al atardecer.

Pese a la dramática situación, quiero creer que algún día volverá la cordura al reino de la encina y el polvo reverdecerá. Volverán las otoñadas a empapar la tierra, la gélida escarcha blanqueará la hierba tierna para que abril la florezca y el verano volverá rabioso a llamar a la puerta. Se agostarán los campos bajo el sol abrasador del estío extremeño y la tierra antigua a la que se aferra la irreductible encina sucumbirá a las altas temperaturas teñida de rubio. Viva imagen de la austeridad, la encina centenaria siempre se pertrechó para los rigores de un clima que no tiene mesura. Desparramando los pies curtidos sobre el suelo asurado, su majestuosa estampa se difumina desafiante tras una incandescente cortina acuosa. Imperturbable, siempre venció a los extremos. Si el tiempo dejó cicatrices, sólo el hacha pudo con ella.



                                                                                         "El Observador"


4 comentarios:

  1. Bonita y elegante prosa.
    Mis felicitaciones

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  2. Muchas gracias por tu comentario.

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  3. Yo creo, Jesús, qué mejor """¿quien nos ha robado las aguas de abril"",no???

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  4. No te falta razón, Mari. Y lo peor de todo es que al ladrón de abriles no le podemos aplicar el Código Penal.

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